· Generalidades
Entre los numerosos caracteres culturales originales, Al-Andalus ofrece el ejemplo rarísimo de haber sido una tierra europea conquistada y gobernada, desde finales del siglo XI hasta
mediados del siglo XII, por una dinastía africana originaria del sudoeste del Sahara y de la franja del Sahel senegalo-nigeriano, representando así la sola experiencia histórica, aunque efímera,
de integración política entre Africa del Oeste, el Magreb y la Península Ibérica.
La visión exclusivamente militar de la historia, asi como la tendencia de los historiadores a insistir más de la cuenta en las guerras y confrontaciones políticas e ideológicas entre el
Islam y la Cristiandad, han ocultado el origen oeste africano del movimiento almorávide. Se ha ocultado tanto la fuerte presencia de soldados negros (libres o esclavos) concomitante a la
hegemonía almorávide en el Magreb y en España como la constitución, a finales del siglo XI, de un imperio que se extendía, de norte a sur, desde el Ebro al Senegal.
Los Almorávides, cuando atravesaron, en 1086, el Estrecho de Gibraltar para ayudar a los principados musulmanes de España y Portugal, amenazados por la ofensiva reconquistadora cristiana
de la Península (sobre todo Alfonso VI), estaban ya sólidamente instalados en el Magreb.
Esta base magrebí de partida para la conquista de Al-Andalus es la que explica el hecho de que el Imperio Almorávide no sea considerado más que desde el prisma deformador de la serie de
sustituciones de potencias que marcaron la historia ibero-magrebí.
· Orígenes oeste-africanos
Es al geógrafo contemporáneo, Abu Ubayd Abd Allah al-Bakri de Córdoba, al que le debemos el Libro de los Itinerarios y de los Reinos (Kitab al-masalik wa al-mamalik), impresionante colecta
de información sobre la expansión almorávide. A modo de reportaje, esta obra clásica de la geografía histórica, ofrece un panorama completo del Sahel senegalo-nigeriano y describe las diversas
fases del desarrollo de la hegemonía almorávide, a partir del sur del la coordillera del Atlas y de las orillas del Río Senegal, en torno al año 1040.
Nacido de las predicaciones de un berebere instalado entre las tribus bereberes del sur de Mauritania, el movimiento se desarrolló muy rápidamente bajo la forma de una coalición con
Takrur, estado recientemente islamizado del valle del Senegal. Todo hace pensar que la mayor parte de las otras Ciudades-Estado del Sahel senegalo-nigeriano fueron también parte integrante de
esta coalición.
En dos décadas, de sur a norte, las ciudades y principados de las regiones occidentales del Sahel y del Sahara, muy activas en el control de las rutas transaharianas, fueron sometidas a la
administración almorávide. Sidjilmasa, importante ciudad caravanera del sur marroquí, Awdaghost, prestigiosa metrópoli comercial de Mauritania central, fueron conquistadas una tras otra.
Marrakech se fundó en 1070 como capital septentrional y bastión a partir del cual se integraron al imperio el resto de Marruecos, hasta Ceuta, y el oeste de Argelia, hasta Tlemcem y Orán.
Los Almorávides lograron así la hazaña de unificar todas las tribus y confederaciones tribales saharianas y magrabíes cuya larvada rivalidad y frecuentes conflictos constituían un
obstáculo para la regularización de los intercambios y la seguridad de las caravanas transaharianas.
· Obra unificadora
Combinando operaciones militares (cabalgadas de reconocimiento, escaramuzas u ofensivas fulminantes) con una política oportunista de alianzas matrimoniales, una hábil diplomacia y un
proselitismo riguroso se logró la construcción y estabilización de un espacio musulmán sahelo-maghrebino centrado en culturas urbanas.
Muy pronto, "los guerreros velados del desierto" fueron atrapados por la geopolítica ibérica. La unidad del Islam peninsular había estallado en pedazos, después del debilitamiento del
poder central Omeya, con la creación de una veintena de pequeños emiratos,reinos de taifas, preocupados unos y otros en mantener su independencia.
Su desunión y los vivos y vivaces conflictos que los enfrentaban habían permitido a los castellanos desarrollar una victoriosa ofensiva que había culminado con la conquista de Toledo por
Alfonso VI, en 1085.
Los Almorávides adaptaron su estrategia a los particularismos andaluces. Respetando la independencia de sus protegidos, llevaron a cabo, de 1086 a 1090, tres expediciones que obligaron a
retroceder a las tropas de Alfonso VI y estabilizaron de las líneas de frontera alrededor de Toledo y Zaragoza.
La tercera expedición fue, no obstante, la ocasión propicia para que Taxufin Ben Yusuf depusiera califas y emires y dominar directamente el conjunto de los territorios musulmanes
reunificados.
Movimiento de reforma religiosa que contestaba la legitimidad fatimita de obediencia shiita, la doctrina almorávide era la esencia malekita y sunnita. En este sentido, se insertaba en la
historia de los debates entre escuelas jurídicas y los conflictos entre doctrinas ortodoxas y heterodoxas musulmanas.
A pesar de su llamada apremiante al retorno a la ortodoxia, su rigidez teológica y sus métodos de adoctrinamiento ideológico, no supieron oponerse ni al ambiente andalusí de coexistencia
religiosa, ni a la actitud abierta de las ciudades mercantiles del Sahel, ni a las necesidades políticas y económicas ligadas a la geografía de los territorios que controlaban. Sólo mantuvieron,
por tanto, su sólida organización político-militar y su conciencia aristocrática de pertenencia a una élite venida del sur en auxilio del mundo musulmán occidental.
· Impacto cultural profundo
La unidad geopolítica real de los inmensos territorios que controlaron, del Senegal al Ebro, fue, sin embargo, de corta duración. E1 vigor de las culturas africanas, la imposibilidad de
superar los obstáculos climatológicos saharianos y su incapacidad para disponer de medios militares adecuados rindieron el empeño desproporcionado a sus fuerzas.
Señores, durante unas décadas, de un espacio que se extendía de los puntos de afluencia del oro oesteafricano a las zonas mediterráneas y europeas de fuerte demanda de oro monetario,
controlando estrechamente los puntos de anclaje del tráfico transahariano, los Almorávides supieron sacar provecho, no sólo económico sino también político, de las riquezas de estos
territorios.
Sus dinares, los famosos marabotines, piezas de buena ley, fueron verdadera unidad de cuenta de este periodo. Muy pocos han llegado hasta nosotros, la mayor parte fueron refundidos por
otros estados mediterráneos y europeos para acuñar sus propias monedas con una ley más baja de oro. Esto le valió al poder almorávide el ser considerado por sus contemporáneos africanos,
mediterráneos y europeos como una de las mayores potencias de su tiempo.
La unificación política tuvo un impacto económico durable gracias a la reactivación del comercio transahariano. El oro era cambiado contra productos magrebíes y andalusíes (telas, metales
trabajados, joyas, perlas, especias) y manuscritos, en especial, manuales de jurisprudencia, obras de teología islámica y de gramática árabe. Las cadenas propedéuticas (redes de educación
espiritual), vectores de la difusión del Islam, animaron la circulación de manuscritos entre al-Andalus, el Magreb y el Sahel.
En el Mediterráneo occidental y a lo largo de las costas adyacentes, frecuentes travesías, ocasionadas por proyectos militares y necesidades administrativas, tuvieron repercusiones
positivas durables en el desarrollo de la marina y la navegación. Lisboa y los puertos situados más al sur, Cádiz y Sevilla, Ceuta y Málaga, Almería y Denia, así como las Baleares, obtuvieron
grandes beneficios de este desarrollo de las actividades marítimas y portuarias.
Son, sin embargo, sus realizaciones arquitectónicas y artísticas y su papel en el cruce de influencias entre España, el Magreb, el Sahara y el Sahel los que sobresalen entre los aportes
culturales almorávides. La utilización y el trabajo muy elaborado del estuco, la popularización incluso en el sur, en Gao (Malí), de las estelas funerarias en mármol, el urbanismo integrado de
Marrakech cuyos numerosos monumentos llevan aún su impronta, la edificación de palacios y mezquitas, son otros tantos ejemplos de su talento de constructores que subrayan la pureza de su
estética.
La hegemonía almorávide contribuyó así a la multiplicación e intersección de las rutas interculturales de Al-Andalus, a su prolongación a las regiones del Sahara y del Sahel del Africa
Occidental. Marrakech, su capital, pudo así latir al pulso andalusí; las rutas caravaneras se convirtieron, tras los primeros siglos de islamización shiita o kharadjita, en vías de difusión
sunnita; Al-Andalus, al que afluyeron las fuerzas y las riquezas del sur profundo, beberá en estas nuevas fuentes de inspiración, a pesar de las derivas iniciales ligadas al rigor de los
"guerreros velados del desierto".
Estos últimos se adaptaron muy pronto a las condiciones de la civilización andalusí. Adaptación que permitió la perpetuación del papel de encrucijada jugado por Al-Andalus y dio la medida
de la envergadura alcanzada por esta cultura de confluencia cultural que supo vencer incluso la rudeza de los Almorávides.